Aprovechando la bajamar, con un coeficiente de mareas elevado y a una hora muy propicia (justo al anochecer) me acerqué hasta la playa de Trengandín, un enorme arenal que a esas horas estaba muy tranquilo.
El lugar es realmente singular por el laberinto de formaciones rocosas que deja ver la marea baja y que se extienden desde la orilla hasta unas pocas docenas de metros de esta.
Es un poco estresante intentar encontrar buenas composiciones en el caos de arena y rocas antes de que la magia de las últimas luces del día de paso a la noche.
A este espectacular paisaje se unio además una preciosa y enorme luna roja elevándose por el este, por detrás de las colinas que hacen de frontera con la playa de Berria y Santoña. Justo el sábado estaba en su perigeo, es decir, uno de los momentos en que su distancia a la Tierra es menor.
Una excelente manera de despedir el día.
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